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“El teatro de Lope De Vega, como el de Shakespeare, fue un teatro de acción. Representado a la luz del día, sus historias retratan a un ser humano en movimiento, que se cambia a sí mismo y cambia a los demás con patrones dinámicos y a una velocidad de vértigo. Estas historias psicológicas turbulentas están adornadas con un lenguaje de belleza rica e ingeniosa que sirve de paisaje a sus obras.
En el teatro de Lope y Shakespeare, el lenguaje de sus personajes, expresivo y rebelde, se convierte en telón de fondo del drama. En ambos hay un sentido de la sociedad cambiante, de las placas tectónicas de la historia moviéndose bajo las historias humanas. Esto amplía la sensación de que todas las acciones que tenemos ante nosotros ocurren en un precipicio, al borde de un abismo.
En El perro del hortelano hay una sensación de cambio de las normas en los límites de la clase social y de la emoción que se da cuando las personas prueban y transgreden esos límites. Se produce una rápida pérdida de identidad y con esta, una sensación de que las posibilidades son ilimitadas. Como ocurre con el ritmo acelerado de la farsa, esto produce un sentimiento liberado de comicidad divertida, aunque sea una comedia ensombrecida por el peligro. Es también una obra sin pudor en su descripción del deseo y del caos que este puede producir.
Después de pasar gran parte de mi vida explorando el trabajo de Shakespeare dentro de la arquitectura para la que escribió, en el teatro The Globe, he afrontado el reto de El perro del hortelano de Lope de Vega revisitando desde la mirada actual la arquitectura que él imaginó para su obra: la de los corrales de comedias. Invito a que el público pueda, tal y como me ha sucedido a mí, profundizar en el entendimiento de Lope y fascinarse por lo que nos plantea en una obra de una calidad incuestionable: El perro del hortelano”.
—Dominic Dromgoole, director